De qué color son tus sueños…? rezaba una conocida y exitosa campaña comercial hace YA unos años, atreviéndose a sugerir que la realidad podía malearse, de manera más o menos edulcorada, y a gusto del consumidor. Que los sueños eran algo mayormente asociado a esta sociedad de consumo en la que ligamos día a día el tener con el alcanzar objetivos. Para volver a darnos cuenta, en esa máquina de deseos eminentemente frustrante en que ha revertido la actual búsqueda de satisfacción de nuestras «necesidades», de que, tal vez, el sueño es otro. Aunque por lo general, la solución viene sola: la misma máquina publicitaria en que se ha convertido la vida moderna, se encargará pronto de darnos un nuevo objeto de deseo para calmar la inminente angustia. El mecanismo es inacabable, de eso se alimenta: de la levedad de la añoranza.
De qué color son tus sueños…? de pequeños, cuando nos preguntaban lo que queríamos ser de mayores, respondíamos excitados que astronautas, pintoras y bomberos, frente a la atónita mirada de l@s presentes, que tal vez asentían escéptic@s ante la conversación, más convencid@s de que la respuesta era eso: una ensoñación irrealizable; no del todo un porvenir justo. Así, poco a poco, se nos fue lastrando el deseo que surgía como un juego, y los objetivos se difuminaron en muchos casos en nuestras mentes. Sabíamos que lo que éramos estaba YA dado. Sabíamos que el sueño no podía ser otro que ese. Y, en muchos casos, afortunadamente, pudimos recuperar el anhelo a lo largo de los años, para reconducirlo tal vez hacia otra cosa. O pulirlo si cabe, como un tesoro recuperado que YA sabíamos que nos pertenecía. Nuestra misión era de niños solo esa: la que soñábamos. Y en ese momento era fácil. Era un juego que surgía de una conexión íntima con nosotr@s mismos. Y sin ni siquiera tener que cerrar los ojos nos podíamos ver sin lentes, sin filtros, sin objetivos… El sueño era ese: no había que pagar nada por ello.
Pero la máquina estaba YA operando para hacer de las suyas. El mecanismo conseguidor creando etiquetas para todo, generando sistemas de pensamiento que nos ligaran a la idea de pertenencia, esfuerzo, comparación, cohibición, productividad, individualismo… En definitiva, matando «el jugar» para convertirlo en otra cosa. Tal vez más adecuada, moldeable y menos problemática. Pero definitivamente diferente.
Los sueños pasaron así a tener mucho más que ver con el TENER que con el SER. Y si se relacionaban con esto último, lo hacían de una manera más enfocada en generar un personaje: una identidad paralela a un@ mism@ que había que cultivar porque, entre otras cosas, nos protegía de un entorno competitivo y amenazante en el que ser «el mejor» estaba asociado a adquirir méritos como si fueran bienes. A calificarse, a adelantarse, a estar preparad@. Aunque no supiéramos muy bien para qué. En ningún momento se nos habló de ENCONTRAR, de CONECTAR o de SENTIR… No está, al fin y al cabo, el mismo deseo que se nos presenta en el spot continuo de nuestra pantalla aludiendo al aspecto más sensitivo de nuestra existencia…? No nos hablan de libertad, de colores, de sensaciones y emociones desde todas las redes y sistemas que nos prometen una realidad mejor (previo canje del peaje material correspondiente)? No hubiera sido más coherente preguntar desde muy temprana edad: y tú, cómo quieres sentirte de mayor? En qué tipo de casa te gustaría vivir? Qué quieres hacer con tu tiempo? Cómo te lo pasas bien? Qué es lo que te hace reír? Cuándo disfrutas?
De qué color son tus sueños…? Por suerte, tenía que llegar un futuro más o menos distópico a recordárnoslo. Y finalmente, la pregunta se tornó en… De qué complejidad están hechos los sueños que sueñas? Cómo de claros son? Sabes realmente soñar?
Os aseguro que la respuesta es sorprendente y quizás no tan inmediata como se cree. Porque el niño que quería ser astronauta tal vez perdió el hábito por el camino. Y el reencontrarse con él es un tránsito costoso que precisa de honestidad y valor. Aunque el peaje a pagar otorga un nuevo halo de frescura a los objetivos: las aspiraciones se vuelven blandas, los retos son motivadores, la realidad sorprende con nuevos regalos…
Frente al vuélvete imparable o persigue lo imposible, en mi caso, y llegado a un punto de poder permitirme pedirle a la vida lo que quisiera (porque el pequeño descubridor había vuelto para quedarse), la propuesta pasó más por hacer asequibles los sueños; por dotarlos de una accesibilidad que les quitase su color pastel de nube de algodón para convertirlos en realidades tangibles, definibles… casi materiales, por qué no…!?
Pero accesibles desde YA.
Y ese fue el momento en que mi ambición se tornó en una mucho menos difusa, lejos de cualquier idea de identidad adquirida o meritocracia acuciante, para responder a objetivos tangibles, fáciles, que YA estaban dados en muchos casos, pero que a mí, como a tant@s, me costaba ver justo delante de mis ojos. No podía ser tan fácil… Porque entre medios había que ser otra cosa.
Y tan solo resumiré unos pocos de mis sueños «reales», que sé que a algún@s podrán resultar pueriles. A tod@s ell@s, aquell@s que tal vez aún sigue despistando la vida, les dedico una sonrisa y este listado:
-vivir cerca del mar: cuando estaba en Alemania, en días de tormenta, a la vida le pedía que, al salir del supermercado, la carretera se hubiera convertido en una playa. YA ves.
-habitar con menos: he acumulado muchas cosas que me gustan y, tienen el significado que les di. Pero en muchos casos ocupan espacio innecesariamente. YA no.
-cultivar mi cuerpo: mi naturaleza se define con el movimiento. Fue así desde que nací y quiero seguir respondiendo a esa necesidad. Mi cuerpo es el vehículo de todos mis deseos. Por qué habría de llevarme mal con él o no prestarle atención? Lo escucho. YA si.
-seguir conduciendo mi coche: me desplaza libremente a todos lados, me permite ir y venir, me da libertad. Me liberé de su carcasa pero es un medio que preciso. YA puedo.
-tumbarme al sol: quiero vivir en un lugar luminoso y soleado. No quiero sentir que el tiempo nubla mis días. Necesito luz para generar sombras. Y quiero jugar con ambas. YA mismo.
-poder leer, escuchar, aprender más idiomas: me gustan las letras, el pensamiento, la narrativa, las diferentes culturas, los ideales plasmados en tinta, la ficción oída, el cine. YA todo.
-descubrir músicas, escribir: cómo de importante es generar espacios en los que poder hacer lo que nos gusta…! El espacio provoca la actividad, la alimenta, la modula. YA creo.
-ver crecer a mi familia: tenerlos cerca. Vivir lo que les ocurra. Poder servirles. Es la parte más inmediata de mí que está desperdigada más o menos en la misma zona geográfica. Quiero poder volver fácilmente a ell@s. YA estoy.
-llevar amistades a casa, cocinarles: aquí se suman dos objetivos ligados a los anteriores, y que precisan de espacio, luz, cocina, cuerpo, salud y por qué no, música ambiente. Ritmo… YA!
Todo eso y algunos más son mis sueños de futuro, ese es el color que les puse. Ese es el color que quiero. Una nueva tonalidad que he inventado yo mismo… No son mezclas complejas, ni se definen por su ostentación dorada o cegadora. No son especialmente deslumbrantes ni brillan en la oscuridad. No emiten flúor, ni chiribitas.
Porque son colores claros: los colores del alma. Y tal vez tú también seas parte de ese tono. Si es así, te doy las gracias por ello. Te invito a descubrir los tuyos.
Y te invito a hacerlo YA.
Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.