DOS LÍNEAS

A colación del reciente parricidio a manos de un joven de quince años en Elche, en el que se ha producido la muerte de tres miembros de su familia. Acerca de la importancia del titular y el contenido en información y desde los informadores en todos los campos. Y teniendo como telón de fondo la insensibilización general y el creciente aumento de enfermedades mentales y suicidios en jóvenes y adolescentes, redacto las siguientes palabras:

Sin dejar de considerar la necesidad de establecer límites por parte de los tutores y docentes a los jóvenes hoy en día, tal vez sea ante todo necesario aclarar primeramente que en esta noticia se habla de cuatro víctimas, no de tres: El propio chico es la primera de ellas.

La asociación directa que se establece en la redacción del dato (dejar a un joven sin wi-fi / ejecución familiar) es, nuevamente, mucho más sensacionalista que real u objetivable. No conocemos los pormenores de la situación; procesos de este tipo son por lo general complejos, dolorosos, densos, cargados de matices y extendidos en el tiempo…

Sin conocer, por tanto, cuáles han sido los parámetros de este caso concreto más allá de esas dos líneas de titular, lo que sí sabemos es que la herida de aniquilación del ego, la estigmatización del personaje, la falta de patrones serios de referencia, aspectos propios de la personalidad no encajados de manera constructiva, la opresión o el maltrato sufrido desde muy temprana edad, el refugio en adicciones como vía de escape… (la lista es interminable) por parte de un joven o adolescente, pueden originar acciones monstruosas. No nos olvidemos, sin embargo, que es tarea y responsabilidad de todos (de manera apriorística, no a posteriori) encontrar las vías para hacer de esta sociedad un lugar más humano también por y para ellos; no convertir la noticia en un spot más en el que pararnos en esta oda a la sinrazón. Porque dichas paradas cada vez van siendo más y más frecuentes, y a la vez rápidamente desechadas, sin enfrentarnos a su relevancia real.

La estrategia que, sobre todo, desde hace dos años, han establecido (de manera más o menos generalizada) muchos medios de comunicación sobre cualquier fenómeno relativo a dicha “idea de aniquilación” del que efectivamente poder sacar tajada mediática, es como mínimo cuestionable. Veremos también lo que hacen con ésta en concreto: una serie de supuestos expertos, encabezados por alguna figura política, algún famoso y dos o tres doctos en la materia darán vueltas sin cesar sobre aspectos vagos y generalistas… (lo hicieron, sin ir más lejos, de manera trágicamente premonitoria, este pasado viernes en la TVE pública).  ¿Pero, son éstos, temas que, nuevamente, haya que observar de manera liviana, descontextualizada y estéril desde la “tele”, que precisamente origina en muchos casos acciones que van en contra de la misma solución que ahora proclama?

Sin desestimar la necesidad de que los medios públicos hablen abiertamente y sobre todo de manera seria, sobre estas cuestiones, debería también evitarse (hace pocos meses todos vimos el nefasto resultado sobreexposición pública / auto-aniquilación, que para un conocidísimo y querido personaje público tuvo una situación también relativa a la salud mental), que quien ofrezca la solución sea parte activa del problema. Ello está, repito, ocurriendo, de manera mucho más frecuente de lo que a simple vista creemos. Y las herramientas están dadas, disponibles desde muy tiernas edades, y lo suficientemente adictivas y cargadas de veneno, como para que así sea. No se trata de matar al mensajero, se trata de cultivar el mensaje.

Vivimos, desde hace especialmente dos años, una intoxicación informativa, una tergiversación de conceptos y lenguaje a nivel redes, una cosificación del ser humano, un silenciamento de cuestiones de base en el desarrollo del individuo, y por supuesto, también de la juventud desde ciertos medios de comunicación, la cual, sumada a estrategias de supuesta información basada en mensajes adoctrinadores, conflictivos, criminalizadores y, en definitiva, agresivos, constituyen también parte activa del problema.

Entonar un ¿Qué está pasando? compungido no parece siempre ser la solución.

Hay que tomar acción colectiva, social, en cada comentario, en cada mirada, en cada hecho a pequeña escala, que se convertirá en grande. Soluciones, por ejemplo, basadas únicamente en la medicación debieran ser, a mi entender, un recurso complementario a este nivel, no necesariamente la vía de escape. Cultura, alimentación, hobbies, relación con el medio natural, entorno social próximo, patrones de referencia, desempeño de roles, una psicogenealogía sana, o en su defecto medios para sanar el sistema desde el individuo, que también depende de su carga ancestral y psicosocial adquirida, reconocimiento de pares, encuentro con la idea de misión, de objetivo, de «qué hacer con mi vida en un mundo como éste», integración de la sexualidad sin estereotipos ni dogmas, dando también el importantísimo lugar a este aspecto que se merece, en sociedades objetualizadoras también del cuerpo desde muy temprana edad, acogimiento del diferente desde la base de que todos lo somos… Esos serán, en principio y en parte, por solo nombrar algunos, los valores a observar. El más importante de los cuales, a mi entender, sigue siendo especialmente aquel al que recientemente me dedico de manera activa: la transmisión, el uso y la incorporación del factor tecnológico en la vida de una manera sensata, constructiva y también basada en valores, dado el poder formativo y al tiempo aniquilador de la herramienta. De nuevo incidir en que, hacerlo desde la falta de profundidad y la superficialidad moral o ideológica, no es solución si lo que queremos es avanzar en salud y contribuir a la creación de personalidades equilibradas.

Las estrategias unilaterales llevadas a cabo para, en teoría, matizar los efectos del contagio durante la pandemia (en ocasiones igualmente dudosas en contenido, pero estrictamente aplicadas en forma) han tenido asimismo un altísimo impacto moral, actitudinal, y procedimental en todos, pero especialmente en la juventud y la adolescencia (nuestros futuros adultos) que, en los próximos años, ya mismo, veremos hacia donde desembocan. Muchos ya avisábamos hace un tiempo de que el camino no podía ser estrictamente ese a largo plazo porque, en el probablemente bienintencionado afán por «protegernos» de manera generalísima, la salud global, integral y holística del individuo estaba siendo mermada a otros niveles, igual de importantes y necesarios sobre todo en las etapas claves del desarrollo humano como es esta que nos ocupa.

Desde el campo del crecimiento personal y especialmente con mi trabajo de los últimos tiempos, he observado como son cada vez más jóvenes o adultos jóvenes, los que llenan las aulas buscando, en cierta manera, una huida hacia adelante en este fenómeno de deshumanización colectivo. Y les podemos ayudar, claro que sí. Llevando estas prácticas a otros ámbitos: integrándolas en nuestras vidas cotidianas. La primera de las cuales, la auto-escucha, la búsqueda del foco interno que constituye la meditación, estrategias de reconocimiento corporal y trabajo con el cuerpo, no solo con la mente desde muy temprana edad, están siendo ya, por fortuna, implantadas en centros escolares y universidades.

A través de programas como Yogadolescentes, que abandero desde @yaspace.es, y que desarrollaré junto a otros profesionales a lo largo de los próximos tiempos, introduciendo estrategias serias basadas en la ciencia del Yoga en el mundo estudiantil y formativo, y empleando aspectos tan variados como son la enseñanza de la tecnología basándonos en presupuestos de este tipo, podremos efectivamente realizar avances en la integración de estos valores, de los que ya se nos hablaba desde hace miles de años. Esta «Tecnología Espiritual» (TE) será, tal vez ahora, tan necesaria como la «material» IT, ante entornos cada vez más dementes (atención a la etimología de este último término; la enfermedad efectivamente más extendida es la que proviene, colectivamente, de nuestras propias mentes).

Nuevamente, llevados por unos movimientos sociales basados en la velocidad desmedida, tal vez sea más necesario que nunca parar y volver a mirar al pasado. Cada uno, en la medida de sus posibilidades. Y rescatar lo que simplemente, en otro mundo, en otro lugar, nos hizo estar en paz. Por supuesto, sin subestimar la necesidad de que la medicina y la psiquiatría actúen desde sus parámetros (cuando sea necesario de manera complementaria). Otros, lo estamos también haciendo sin necesidad de terapias costosas o tratamientos que sitúen desde el comienzo al paciente en la idea de enfermo, lo que en cierta manera también es crear un cierto estigma.

Habrá que ir con mucho cuidado en un mundo precisamente descuidado en el que la velocidad externa no es siempre la de los procesos emocionales. Habrá que tender manos, habrá que escuchar… Y sobre todo, no infantilizar o estigmatizar innecesariamente cuando precisamente se nos habla de integración e incorporación de la diferencia. Suavizar el lenguaje. Bajar el tono. Habrá que dar cabida a voces silenciadas, volver al auto-encuentro interno sano, muchas veces basado en la sencillez de los procesos…

No podemos, y no deberíamos resumir esta nefasta y tristísima situación de hoy, en dos titulares torcidos con el peso roto, pero más o menos insinuante del dolor, el estupor o la rabia sobre nuestras pantallas.

No debieran ser dos líneas las que nuevamente pasemos de largo con el dedo corazón y en modo piloto, pero sin el más mínimo efecto en nuestros corazones reales.

Porque éstos, siempre, serán jóvenes.

Porque muchos de ellos, en silencio, estarán pidiendo ayuda.

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.