LA DIGNIDAD DEL REFUGIO

Una guerra es siempre un gran error de gestión. Una guerra perpetuada en el tiempo ante un afán que tal vez se ha autoproclamado más listo de lo que realmente era, una llamada de auxilio frente a un mundo que no cambia nada en contenido, pero mucho en las formas. Hasta que el refugio deje de ser digno, las miradas alcancen otro horizonte y los contrincantes, aquellos que nunca se vieron, se miren de frente para descubrir que el auténtico guion era otro.

Vivimos tiempos esencialmente indignos. Una especie de “mala etapa” en la que las circunstancias desfavorables parecen concatenarse desde la emergencia, al igual que lo haría una suerte de catastróficas desdichas que hubiesen caído a los pies de nuestras mentes globales, embebidas de noticias, de mensajes, de opiniones… Cual dominó salvaje haciendo caer una tras otra y en una fila más recta de lo predecible, un elenco de fichas poco selectas aparentemente colocadas por el «azar» de las circunstancias.

Lo mejor y lo peor de cada casa se da cita en el banquete. Desde hace ya años la información, que antes se edificaba como un templo menos inmaterial con páginas de papel maché, conversaciones en foros reales y reuniones a la antigua usanza, donde lo mismo hablaba el tío frente al asado, que opinaba la señora mercera tendiéndonos en las manos un cartón de huevos, acostumbró a transitarse casi exclusivamente a través de megabytes torcidos, de mensajes encriptados. A encorsetarse en nuestros dispositivos tecnológicos, para ser silenciada en el cara a cara y últimamente, en el medio rostro que nos dejaron mostrar. A hacerse difusa y no pocas veces colarse como una coletilla de reclamo acerca del cómo transcurrían nuestras vidas junto a nuestros temores.

Recientemente, nos acostumbramos, además, a la desdicha colectiva de la que no convenía hablar mucho, pero para la que todo el mundo sabía dar prevención y consejo. Cuando no orden. Al estado general de la cuestión (porque para cómo está el patio, si es que para como está la cosa, con la que se está montando, a ver si ya pronto esto pasa…) añadíamos, aún sin creérnoslo muy bien, el optimismo que queríamos transmitir en esencia, pero lleno de fórmulas carentes de contenido. Al fin y al cabo, había que protegerse, aunque solo fuera en la esperanza. El mundo era ahora un lugar más amenazante y complejo. En el fondo, no sabíamos del todo por qué tanto.

En ese nosequé de formas, en ese estado de sitio en el que, de repente, nos encontrábamos todos, poco a poco más inmersos, algunos, además, comenzamos a aderezar los acontecimientos con nuestras propias disertaciones en gran medida ajenas a lo que considerábamos un cierto servilismo intelectual imperante. Y lo hicimos confiando en estar aportando algo al colectivo. No en pocos casos siendo considerados chivos expiatorios de un estado de opinión necesario que era tal porque, al parecer, las opiniones ya no tenían peso si iban en una dirección distinta a la tendencia establecida. No fuera que alguna ficha del dominó se torciera sin golpear a la siguiente y se estropease la carambola. Porque opinar era poco científico, poco claro, amorfo, no especialista, insensible, vago… Porque mejor, en definitiva, estar callado, no sea que el hablar te convirtiese en alguien aún más raro, cuando no en peligroso. A ver si al escribir se iba a dañar alguna sensibilidad o el querer decir iba a ser confundido con un querer resaltar.

Mejor callados entonces. O hablando solo de aquello liviano, de lo que no compromete en forma ni en contenido. Volviendo a la opinión plana, etérea, buenista y amable. Dejando así que otros hagan, que decidan los que saben, que el mundo siga su curso sin más intervención apócrifa que la del evangelio de la vida misma, guiada en lo social por unos pocos. Pero a buen seguro y desde sus protectoras manos, vidas expertas, sabias, con méritos de sobra para guiarnos bien y rápido.

Cuando, en este mes de febrero de 2022, uno de los eventos más peligrosos al que nos enfrentamos en lo político, en lo estratégico y en lo global desde la Segunda Guerra Mundial ha llegado para, de manera supuestamente espontánea, derrotar en atención, o mejor dicho en virulencia, al vivido durante los dos mencionados años anteriores, tal vez muchos de los que entonces desde el comienzo expresamos que la manera de lidiar con los acontecimientos precedentes iba a concatenar complejas realidades paralelas, percibamos una justa necesidad de poder expresar de nuevo nuestro sentir. Y hacerlo por el mero hecho de poder reivindicar la libertad profunda que a veces como un manantial inexplicable, nace de contradecir, al menos en parte, el afán colectivo para expresar la propia palabra. Por considerarlo justo y necesario en esencia.

Tras esta larga concatenación de medidas, dudas, cambios, adaptaciones, coacción, desinformación, miedo y muerte. Tras este baño de escepticismo y a la vez de certeza vivido en los tiempos recientes, las palabras, las imágenes y los reclamos vuelven a estar de nuevo y como por arte de magia basados en titulares aún más dementes. Y en acciones secuenciadas como en una larga película de terror que ninguno estuviésemos entendiendo del todo, por inverosímil y desfasada. Mientras tanto, seguimos haciendo nuestras vidas desde el otro lado con la mayor tranquilidad que podemos otorgarles. El único proceder tal vez posible y plausible: el de la acción concreta; el del desentendernos en el hecho mismo de vivir. Porque somos capaces. Porque la vida siempre vence.

En los últimos días, hasta los planes se han vuelto excesivos y atropellados y como si nos faltase el argumento principal entre tanto fotograma salvaje nos lo cobramos todo en acciones. Como si en un mundo en el que casi todo tiende al “fake” (desde la felicísima pose en Instagram hasta las vacaciones paseando por los escaparates en capitales de moda), nada fuera ya del todo verdad más allá del escenario capturado. Desde el objetivo concreto no del entender, sino del hacer. Porque, al fin y al cabo, siempre va a venir algo después que sorprenda aún más que lo de antes. Mejor vivir que establecer teorías. 

Subyacente, además, la coletilla escéptica del que siempre fue así, de que las cosas siguen un argumento kantiano, que están regidas por causas y efectos… Que pensar lo contrario es pertenecer al gremio de la conspiración y lastrarse ante la negación de hechos plausibles y obvios. Que en la Historia aparecen, por generación espontánea, fenómenos aislados que, a veces, ay desdicha, se autopreceden como lo harían los capítulos de una novela de Stephen King. Mala, pero adictiva. Como el juego. Como la droga. La estructura será casual; los renglones, lineales; los cisnes, a veces, negros, a veces en manada. Pero, en el fondo, ante ello, mejor permanecer callados. No sea que digas. No sea que hagas. No sea que seas.

En las últimas semanas, ante la incertidumbre global que el temporalmente dilatado, pero estrepitosamente acelerado conflicto Ucrania-Rusia ha generado y generará en lo económico, en lo social y, nuevamente, en lo ideológico, llega a nuestras pantallas la imagen que acompaña a este artículo, que bien pudiera pertenecer a otra época aciaga. O haber sido sacada de un catálogo de figurantes en alguna serie de HBO ambientada en los años 20: Ciudadanos “occidentales”, con sus vidas, sus rutinas, sus bellezas, sus infancias, sus miserias, sus familias, sus quehaceres, sus proyectos y sus miedos, habitando en escenarios que bien pudieran estar sacados de alguna obra nihilista de Dostoievski, por lo que representan y por lo que son. El idiota ya está escrita. Y por el mencionado autor. Ésta, mejor la titularemos La dignidad del refugio. Algo sencillo y profundo. Qué cale en el espectador. Qué se vea como en el cine. Otro fotograma más. Y creíble por verdadero.

Eso, mejor pongámosle un título de novela larga. Y que caiga quien tenga que caer. Difundámosla por todos los altavoces posibles, opinólogos del mundo. Porque, al fin y al cabo, ya nada importa más que vivir esta nueva obra maestra. Démosle un sinfín de capítulos y convirtámosla en una nueva saga. Qué dure años, siglos… Pero todo muy casual, pues ocurrirá sin saberse, sin saber que ya es sabido. Poco a poco, ficha a ficha. Y qué todo se derrumbe. ¿Por qué no, si son solo formas…? En ellas, tras la pertinente actualización a estos tiempos modernos confluirán “traders” buscando su rumbo, cibernautas invirtiendo en bolsa, deflación salvaje, encarecimiento y carestía, microchips de infarto, armas biológicas, bombas nucleares, andróginos poetas, tecnócratas profetas, renovables y gasificados, pertinentemente restringidos porque de naturales tenían poco. Congresistas alineados. Metodistas alienados. El fin del mundo en un paraguas. Y una ensaladilla rusa. Tal cual.

Un malo malísimo. Un sombrero de tres copas. Aguardiente en las heridas y una corona de espinas. O era vodka? Eso, qué escueza, y qué sepa a poco. Y si es poco, se duplica. Y si hay que pagar, se paga. Porque esta vez, tal vez sea la última. La nunca vista. La del desguace salvaje. Reciclaje pertinente. Porque nada de eso importa. Vivamos, vivamos mientras… En este afán permanente, por modificar el mundo, cambiemos de nuevo el rumbo, porque aquí ya todo vale si la dicha es buena y breve.

Y si no lo es, también.

¿De argumento? El fin de todo. De este todo que creamos, y en el que todos creemos. Qué ya mientras viviremos. Pero en el que no confluya, nadie mejor que nosotros. Los mejores. Preparados. Libertarios. Embebidos de verdad. Envenenados de vodka… No! Qué de eso no se podía. Envenenados de rabia, de emoción, de orden del bueno.

¿Las reglas? Cada vez más radicales. De ruletas y de sienes. Porque esta vez, la entrada a este decorado de sótanos y escobillas, la habrá que pagar con vida. Y si es con vida es con muerte. Pero qué no sea la nuestra. Siempre de la más barata. De la barata y dispuesta. La dignidad del refugio. Quedarán bien en la foto: Adelante. Proyectemos!

No existirán otros fueros, ni prosperará otra vida; India, China, Sudcorea, la latina conchinchina… Ni el Sur, ni rutas salvajes. No. Solo nuestras lindes, marcarán lo que es divino. Al pan pan, y al vino, vodka! No! Qué de eso no se podía… Ahora que crecimos todos  (y muy por supuesto todas) la primera irá en la frente. Ahora somos semidioses: veamos el largometraje y a ver adónde nos lleva.

Porque ya vengan los malos con su filo de machete, siempre habrá un refugio abierto, donde recordar la escena. Escondiéndonos de todo. De la indignidad, del miedo…

Donde el suelo nos proteja.

Donde nada sea el final.

Donde solo quede uno.    

“Dedicado a todas las almas que han de vivir un conflicto armado”.

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.

 

DOS LÍNEAS

A colación del reciente parricidio a manos de un joven de quince años en Elche, en el que se ha producido la muerte de tres miembros de su familia. Acerca de la importancia del titular y el contenido en información y desde los informadores en todos los campos. Y teniendo como telón de fondo la insensibilización general y el creciente aumento de enfermedades mentales y suicidios en jóvenes y adolescentes, redacto las siguientes palabras:

Sin dejar de considerar la necesidad de establecer límites por parte de los tutores y docentes a los jóvenes hoy en día, tal vez sea ante todo necesario aclarar primeramente que en esta noticia se habla de cuatro víctimas, no de tres: El propio chico es la primera de ellas.

La asociación directa que se establece en la redacción del dato (dejar a un joven sin wi-fi / ejecución familiar) es, nuevamente, mucho más sensacionalista que real u objetivable. No conocemos los pormenores de la situación; procesos de este tipo son por lo general complejos, dolorosos, densos, cargados de matices y extendidos en el tiempo…

Sin conocer, por tanto, cuáles han sido los parámetros de este caso concreto más allá de esas dos líneas de titular, lo que sí sabemos es que la herida de aniquilación del ego, la estigmatización del personaje, la falta de patrones serios de referencia, aspectos propios de la personalidad no encajados de manera constructiva, la opresión o el maltrato sufrido desde muy temprana edad, el refugio en adicciones como vía de escape… (la lista es interminable) por parte de un joven o adolescente, pueden originar acciones monstruosas. No nos olvidemos, sin embargo, que es tarea y responsabilidad de todos (de manera apriorística, no a posteriori) encontrar las vías para hacer de esta sociedad un lugar más humano también por y para ellos; no convertir la noticia en un spot más en el que pararnos en esta oda a la sinrazón. Porque dichas paradas cada vez van siendo más y más frecuentes, y a la vez rápidamente desechadas, sin enfrentarnos a su relevancia real.

La estrategia que, sobre todo, desde hace dos años, han establecido (de manera más o menos generalizada) muchos medios de comunicación sobre cualquier fenómeno relativo a dicha “idea de aniquilación” del que efectivamente poder sacar tajada mediática, es como mínimo cuestionable. Veremos también lo que hacen con ésta en concreto: una serie de supuestos expertos, encabezados por alguna figura política, algún famoso y dos o tres doctos en la materia darán vueltas sin cesar sobre aspectos vagos y generalistas… (lo hicieron, sin ir más lejos, de manera trágicamente premonitoria, este pasado viernes en la TVE pública).  ¿Pero, son éstos, temas que, nuevamente, haya que observar de manera liviana, descontextualizada y estéril desde la “tele”, que precisamente origina en muchos casos acciones que van en contra de la misma solución que ahora proclama?

Sin desestimar la necesidad de que los medios públicos hablen abiertamente y sobre todo de manera seria, sobre estas cuestiones, debería también evitarse (hace pocos meses todos vimos el nefasto resultado sobreexposición pública / auto-aniquilación, que para un conocidísimo y querido personaje público tuvo una situación también relativa a la salud mental), que quien ofrezca la solución sea parte activa del problema. Ello está, repito, ocurriendo, de manera mucho más frecuente de lo que a simple vista creemos. Y las herramientas están dadas, disponibles desde muy tiernas edades, y lo suficientemente adictivas y cargadas de veneno, como para que así sea. No se trata de matar al mensajero, se trata de cultivar el mensaje.

Vivimos, desde hace especialmente dos años, una intoxicación informativa, una tergiversación de conceptos y lenguaje a nivel redes, una cosificación del ser humano, un silenciamento de cuestiones de base en el desarrollo del individuo, y por supuesto, también de la juventud desde ciertos medios de comunicación, la cual, sumada a estrategias de supuesta información basada en mensajes adoctrinadores, conflictivos, criminalizadores y, en definitiva, agresivos, constituyen también parte activa del problema.

Entonar un ¿Qué está pasando? compungido no parece siempre ser la solución.

Hay que tomar acción colectiva, social, en cada comentario, en cada mirada, en cada hecho a pequeña escala, que se convertirá en grande. Soluciones, por ejemplo, basadas únicamente en la medicación debieran ser, a mi entender, un recurso complementario a este nivel, no necesariamente la vía de escape. Cultura, alimentación, hobbies, relación con el medio natural, entorno social próximo, patrones de referencia, desempeño de roles, una psicogenealogía sana, o en su defecto medios para sanar el sistema desde el individuo, que también depende de su carga ancestral y psicosocial adquirida, reconocimiento de pares, encuentro con la idea de misión, de objetivo, de «qué hacer con mi vida en un mundo como éste», integración de la sexualidad sin estereotipos ni dogmas, dando también el importantísimo lugar a este aspecto que se merece, en sociedades objetualizadoras también del cuerpo desde muy temprana edad, acogimiento del diferente desde la base de que todos lo somos… Esos serán, en principio y en parte, por solo nombrar algunos, los valores a observar. El más importante de los cuales, a mi entender, sigue siendo especialmente aquel al que recientemente me dedico de manera activa: la transmisión, el uso y la incorporación del factor tecnológico en la vida de una manera sensata, constructiva y también basada en valores, dado el poder formativo y al tiempo aniquilador de la herramienta. De nuevo incidir en que, hacerlo desde la falta de profundidad y la superficialidad moral o ideológica, no es solución si lo que queremos es avanzar en salud y contribuir a la creación de personalidades equilibradas.

Las estrategias unilaterales llevadas a cabo para, en teoría, matizar los efectos del contagio durante la pandemia (en ocasiones igualmente dudosas en contenido, pero estrictamente aplicadas en forma) han tenido asimismo un altísimo impacto moral, actitudinal, y procedimental en todos, pero especialmente en la juventud y la adolescencia (nuestros futuros adultos) que, en los próximos años, ya mismo, veremos hacia donde desembocan. Muchos ya avisábamos hace un tiempo de que el camino no podía ser estrictamente ese a largo plazo porque, en el probablemente bienintencionado afán por «protegernos» de manera generalísima, la salud global, integral y holística del individuo estaba siendo mermada a otros niveles, igual de importantes y necesarios sobre todo en las etapas claves del desarrollo humano como es esta que nos ocupa.

Desde el campo del crecimiento personal y especialmente con mi trabajo de los últimos tiempos, he observado como son cada vez más jóvenes o adultos jóvenes, los que llenan las aulas buscando, en cierta manera, una huida hacia adelante en este fenómeno de deshumanización colectivo. Y les podemos ayudar, claro que sí. Llevando estas prácticas a otros ámbitos: integrándolas en nuestras vidas cotidianas. La primera de las cuales, la auto-escucha, la búsqueda del foco interno que constituye la meditación, estrategias de reconocimiento corporal y trabajo con el cuerpo, no solo con la mente desde muy temprana edad, están siendo ya, por fortuna, implantadas en centros escolares y universidades.

A través de programas como Yogadolescentes, que abandero desde @yaspace.es, y que desarrollaré junto a otros profesionales a lo largo de los próximos tiempos, introduciendo estrategias serias basadas en la ciencia del Yoga en el mundo estudiantil y formativo, y empleando aspectos tan variados como son la enseñanza de la tecnología basándonos en presupuestos de este tipo, podremos efectivamente realizar avances en la integración de estos valores, de los que ya se nos hablaba desde hace miles de años. Esta «Tecnología Espiritual» (TE) será, tal vez ahora, tan necesaria como la «material» IT, ante entornos cada vez más dementes (atención a la etimología de este último término; la enfermedad efectivamente más extendida es la que proviene, colectivamente, de nuestras propias mentes).

Nuevamente, llevados por unos movimientos sociales basados en la velocidad desmedida, tal vez sea más necesario que nunca parar y volver a mirar al pasado. Cada uno, en la medida de sus posibilidades. Y rescatar lo que simplemente, en otro mundo, en otro lugar, nos hizo estar en paz. Por supuesto, sin subestimar la necesidad de que la medicina y la psiquiatría actúen desde sus parámetros (cuando sea necesario de manera complementaria). Otros, lo estamos también haciendo sin necesidad de terapias costosas o tratamientos que sitúen desde el comienzo al paciente en la idea de enfermo, lo que en cierta manera también es crear un cierto estigma.

Habrá que ir con mucho cuidado en un mundo precisamente descuidado en el que la velocidad externa no es siempre la de los procesos emocionales. Habrá que tender manos, habrá que escuchar… Y sobre todo, no infantilizar o estigmatizar innecesariamente cuando precisamente se nos habla de integración e incorporación de la diferencia. Suavizar el lenguaje. Bajar el tono. Habrá que dar cabida a voces silenciadas, volver al auto-encuentro interno sano, muchas veces basado en la sencillez de los procesos…

No podemos, y no deberíamos resumir esta nefasta y tristísima situación de hoy, en dos titulares torcidos con el peso roto, pero más o menos insinuante del dolor, el estupor o la rabia sobre nuestras pantallas.

No debieran ser dos líneas las que nuevamente pasemos de largo con el dedo corazón y en modo piloto, pero sin el más mínimo efecto en nuestros corazones reales.

Porque éstos, siempre, serán jóvenes.

Porque muchos de ellos, en silencio, estarán pidiendo ayuda.

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.

HIPERREALIDAD

Como sociedades contemporáneas, acudimos a un momento único en la historia reciente, que no por atragantado dejará de digerirse y alimentar el germen de un nuevo orden mundial. En él, el cambiante terreno de juego se nos muestra tan incierto como fascinante.

Porque ningún otro fenómeno, desde la caída de las torres gemelas hace ya casi veinte años, tuvo una capacidad tal de ser compartido a manera de hiperrealidad por gran parte de la humanidad. Y sobre todo de reconvertir a la misma hacia una suerte de escepticismo consciente en el que la supuesta amenaza se nos mostrara colectivamente como algo movedizo, descontrolado y lo que esta vez resulta aún más interesante: invisible.

Más allá de las infinitas teorías que han surgido y surgirán desde el pensamiento racional, y que pretenden autoidentificarse (o lo que es lo mismo: definirse a sí mismas para liberarnos del “ataque”) a través de, primero, la compleja comprensión y luego, del análisis del fenómeno en sí, está floreciendo igualmente un afán social, una necesidad de apelar al “codo con codo”, identitario de momentos históricos similares, que refuerza el sentido de pertenencia a un todo único. Ese que ya nunca será el mismo de antes. Realmente, ha ya algunos años (aquí juegan un factor determinante esos últimos veinte) en que nada es lo mismo de antes. Pero tal vez había quien aún no se había dado cuenta.

Desde que la aparición masiva de la inteligencia artificial como pseudorealidad paralela e igualmente global, dejase muy atrás el supuesto control sobre nuestras vidas, caracterizador del mundo desarrollado de finales del siglo XX, se nos ha venido, paradójicamente, vendiendo un ideal de libertad, camuflado bajo probables estrategias de control, que en este nuevo escenario podrían verse más que reforzadas. Superconectividad, que venía igualmente acompañada de un empobrecimiento en las relaciones personales y humanas. Y que es directamente proporcional a la identificación individual de lo verdadero con lo virtual.

Surgía ya entonces, lentamente indigesta, la redescubierta distopía: cuanto más apelábamos al desarrollo tecnológico como cooperante y necesario en el avance de la humanidad, más desconocíamos que su capacidad y atolondrado ritmo, podía traer también consecuencias descontroladas. Si no se conservaban los cimientos de una coherencia individual basada en presupuestos humanistas, colaborativos y sociales, más allá de la evidencia abstracta que la artificialidad inteligente nos pudiera traer, la velocidad tecnológica superaría con creces la asumible por el individuo. Y éste, solo querría defender su parcela identitaria, cada vez más amenazada por el agente externo que, si bien en esta ocasión tiene forma de alerta sanitaria, en un futuro nada lejano podría venir acompañado de otras realidades paralelas: catástrofes naturales, fenómenos radiactivos, plagas alimentarias… Algo que realmente lleva ocurriendo desde que comenzó a escribirse la historia: basta con remitirse a escrituras védicas (a.C.), darle un breve repaso a la Biblia, o recordar cómo desaparecieron las principales y riquísimas culturas mesoamericanas, o cómo fueron destruidos imperios y devastadas ciudades, con entidades «naturales» colaborando como necesarias y cooperantes… Por no citar las consabidas plagas o epidemias recientes, como la de gripe española a principios de siglo, la postmoderna e igualmente mediática de VIH, o la más reciente de gripe A, o gripe porcina, referidas a veces sesgadamente como el espejo en el que querer mirar esta actual situación. Cada una de ellas surgió, se desarrolló, y quedó en el inconsciente colectivo con su propia casuística y su afán mediático: mató a muchos / mató solo a grupos de riesgo / no mató a muchos… como leves y desdibujadas ideas que, en fin, dejaron de tener el peso de amenaza para convertirse casi en recuerdos. Como si el factor de riesgo, por conocido, se tornase también en inoperante.

Puede ser, precisamente, que aquí radique la mayor diferencia del nuevo fenómeno en comparación con los anteriores: esta vez, el foco amplificado individualmente por una conectividad extra dimensionada, y una intervención masiva de los medios de comunicación (entidades que funcionan en su mayoría como grandes corporaciones, con sus propios intereses económicos), dibuja una circunferencia cada vez más grande dentro de las otras, dada nuestra capacidad individual de colaborar en la propagación/disolución del mismo, como agentes igualmente patógenos. Desconocemos, en muchos casos, que esa propagación es casi más peligrosa que la del agente en sí: reconvertir a una sociedad moderna en paranoica, nunca estuvo tan al alcance de la mano.

Esta concepción de la historia, entendida como círculos concéntricos, que amplían cada vez más su radio de acción en función de cómo éstos sean observados, tiene aquí su máximo exponente conocido hasta el momento: la observación del fenómeno es más global que nunca, dado el descontrol tecno-colectivo y, asimismo, tanto compartida a tiempo real, como intensificada mayoritariamente en sus formas. Sobra aquí decir que la observación de los fenómenos -como demuestran las leyes más básicas de la física cuántica- influye directamente en el desenvolvimiento de los mismos, modificando su evolución y por tanto, sus consecuencias.

Propagada una situación colectiva e igualmente patógena de carácter extremo, se somete paralelamente a sociedades enteras, históricamente con libertad de movimientos y a las que, además, les son mediáticamente comunicados los hechos de manera igualmente drástica, a un periodo indefinido de encierro, reclusión, confinamiento… (conceptos todos ellos solo conocidos hasta el momento a través de la vía cinematográfica, o desde lejos, como realidades asociadas al tercer mundo, a las guerras, al pasado…). Estas medidas afectan además desigualmente al individuo, en función de la propia realidad adquirida hasta el momento: socioeconómica, mental, o efectivamente, sanitaria. La relación con la salud colectiva se refuerza por tanto, paradójicamente, con estrategias ciertamente insalubres para muchos en su forma: se llevan a cabo en aras de ese necesario bien común para el que casi siempre los más desfavorecidos pagan un precio mayor.

Pero ¿cuál será la recompensa para ellos? A nivel cortoplacista, todos (obviamente salvo los fallecidos) sobreviviremos. A nivel medio y largoplacista, será más necesaria que nunca una reconversión al bien común; una puesta en servicio de las capacidades, aptitudes y talentos individuales, a merced del interés colectivo. Será deseable que todos, no solamente los más débiles, silenciados o excluidos, paguen un precio. Y será ahora, más que nunca, cuando ese pago no nos empobrezca, sino que nos enriquezca colectivamente.

Esta vez, por tanto, la principal diferencia es que la hiperrealidad aumentada por el observador, salvando todas las características amplificadoras en forma que ya posee la situación per se, convierten al fenómeno -séame permitida la expresión- en uno mucho más viral. Juega aquí un papel importante nuestra capacidad como individuos conscientes de filtrar la información, controlar el pánico, y sobre todo, de diferenciar en el futuro la posible manipulación frente a intereses más nobles. De apelar a un conocimiento de los hechos no dogmático, flexible, despolarizado, abierto, cooperativo y ante todo, espiritual. Realidades todas ellas en las que el individuo, como ente singular, habrá de poner también de su parte.

Todos tendremos que hacer «nuestro trabajo», si lo que queremos es optar por una solución (sociedad) más libre, generosa, progresista, y, en definitiva, moderna; con todo lo que este concepto pueda tener de contradictorio. Estar «al día» nunca fue tan similar a volver a los orígenes: revisar a filósofos, pensadores, historiadores, sabios, maestros, iluminados… En definitiva, retornar a las fuentes. Optar por un conocimiento ya disponible, ante la insaciable e imperiosa demanda de fagocitar lo nuevo para crear otra cosa, convertida en necesaria tan solo por diferente. Y hacerlo, al mismo tiempo, confiando en la ciencia y ante todo, en la bioética como mejoradora de la especie, o directamente protectora y salvaguarda suprema de la misma.

Esta esfera individual, que compartida podrá ser también alta y positivamente transmisible, jugará un papel fundamental frente al fenómeno al que acudimos; la única vía que como individuos completos tendremos para salir adelante de una manera próspera y equitativa. Las otras, ya fueron ensayadas en el pasado, muchas de ellas con consecuencias nefastas para el conjunto.

La realidad es, por tanto, desde ahora, y más que nunca, un asunto de contenido más que de forma.  Y dicho contenido dependerá de cada uno de nosotros como terreno próspero y fértil, que no precisará de fórmulas de amplificación más que de su propia acción: pura, irrefutable e infinitamente contagiosa.

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.

(Hiperrealidad es un concepto trabajado en el campo de la semiótica y la filosofía postmodernas. Generalmente se utiliza para designar la incapacidad de la conciencia de distinguir la realidad de la fantasía, especialmente en las culturas postmodernas tecnológicamente más avanzadas).

SOÑADOR@S YA

De qué color son tus sueños…? rezaba una conocida y exitosa campaña comercial hace YA unos años, atreviéndose a sugerir que la realidad podía malearse, de manera más o menos edulcorada, y a gusto del consumidor. Que los sueños eran algo mayormente asociado a esta sociedad de consumo en la que ligamos día a día el tener con el alcanzar objetivos. Para volver a darnos cuenta, en esa máquina de deseos eminentemente frustrante en que ha revertido la actual búsqueda de satisfacción de nuestras «necesidades», de que, tal vez, el sueño es otro. Aunque por lo general, la solución viene sola: la misma máquina publicitaria en que se ha convertido la vida moderna, se encargará pronto de darnos un nuevo objeto de deseo para calmar la inminente angustia. El mecanismo es inacabable, de eso se alimenta: de la levedad de la añoranza.

De qué color son tus sueños…? de pequeños, cuando nos preguntaban lo que queríamos ser de mayores, respondíamos excitados que astronautas, pintoras y bomberos, frente a la atónita mirada de l@s presentes, que tal vez asentían escéptic@s ante la conversación, más convencid@s de que la respuesta era eso: una ensoñación irrealizable; no del todo un porvenir justo. Así, poco a poco, se nos fue lastrando el deseo que surgía como un juego, y los objetivos se difuminaron en muchos casos en nuestras mentes. Sabíamos que lo que éramos estaba YA dado. Sabíamos que el sueño no podía ser otro que ese. Y, en muchos casos, afortunadamente, pudimos recuperar el anhelo a lo largo de los años, para reconducirlo tal vez hacia otra cosa. O pulirlo si cabe, como un tesoro recuperado que YA sabíamos que nos pertenecía. Nuestra misión era de niños solo esa: la que soñábamos. Y en ese momento era fácil. Era un juego que surgía de una conexión íntima con nosotr@s mismos. Y sin ni siquiera tener que cerrar los ojos nos podíamos ver sin lentes, sin filtros, sin objetivos… El sueño era ese: no había que pagar nada por ello.

Pero la máquina estaba YA operando para hacer de las suyas. El mecanismo conseguidor creando etiquetas para todo, generando sistemas de pensamiento que nos ligaran a la idea de pertenencia, esfuerzo, comparación, cohibición, productividad, individualismo… En definitiva, matando «el jugar» para convertirlo en otra cosa. Tal vez más adecuada, moldeable y menos problemática. Pero definitivamente diferente.

Los sueños pasaron así a tener mucho más que ver con el TENER que con el SER. Y si se relacionaban con esto último, lo hacían de una manera más enfocada en generar un personaje: una identidad paralela a un@ mism@ que había que cultivar porque, entre otras cosas, nos protegía de un entorno competitivo y amenazante en el que ser «el mejor» estaba asociado a adquirir méritos como si fueran bienes. A calificarse, a adelantarse, a estar preparad@. Aunque no supiéramos muy bien para qué. En ningún momento se nos habló de ENCONTRAR, de CONECTAR o de SENTIR… No está, al fin y al cabo, el mismo deseo que se nos presenta en el spot continuo de nuestra pantalla aludiendo al aspecto más sensitivo de nuestra existencia…? No nos hablan de libertad, de colores, de sensaciones y emociones desde todas las redes y sistemas que nos prometen una realidad mejor (previo canje del peaje material correspondiente)? No hubiera sido más coherente preguntar desde muy temprana edad: y tú, cómo quieres sentirte de mayor? En qué tipo de casa te gustaría vivir? Qué quieres hacer con tu tiempo? Cómo te lo pasas bien? Qué es lo que te hace reír? Cuándo disfrutas?

De qué color son tus sueños…? Por suerte, tenía que llegar un futuro más o menos distópico a recordárnoslo. Y finalmente, la pregunta se tornó en… De qué complejidad están hechos los sueños que sueñas? Cómo de claros son? Sabes realmente soñar?

Os aseguro que la respuesta es sorprendente y quizás no tan inmediata como se cree. Porque el niño que quería ser astronauta tal vez perdió el hábito por el camino. Y el reencontrarse con él es un tránsito costoso que precisa de honestidad y valor. Aunque el peaje a pagar otorga un nuevo halo de frescura a los objetivos: las aspiraciones se vuelven blandas, los retos son motivadores, la realidad sorprende con nuevos regalos…

Frente al vuélvete imparable o persigue lo imposible, en mi caso, y llegado a un punto de poder permitirme pedirle a la vida lo que quisiera (porque el pequeño descubridor había vuelto para quedarse), la propuesta pasó más por hacer asequibles los sueños; por dotarlos de una accesibilidad que les quitase su color pastel de nube de algodón para convertirlos en realidades tangibles, definibles… casi materiales, por qué no…!?

Pero accesibles desde YA.

Y ese fue el momento en que mi ambición se tornó en una mucho menos difusa, lejos de cualquier idea de identidad adquirida o meritocracia acuciante, para responder a objetivos tangibles, fáciles, que YA estaban dados en muchos casos, pero que a mí, como a tant@s, me costaba ver justo delante de mis ojos. No podía ser tan fácil… Porque entre medios había que ser otra cosa.

Y tan solo resumiré unos pocos de mis sueños «reales», que sé que a algún@s podrán resultar pueriles. A tod@s ell@s, aquell@s que tal vez aún sigue despistando la vida, les dedico una sonrisa y este listado:

-vivir cerca del mar: cuando estaba en Alemania, en días de tormenta, a la vida le pedía que, al salir del supermercado, la carretera se hubiera convertido en una playa. YA ves.

-habitar con menos: he acumulado muchas cosas que me gustan y, tienen el significado que les di. Pero en muchos casos ocupan espacio innecesariamente. YA no.

-cultivar mi cuerpo: mi naturaleza se define con el movimiento. Fue así desde que nací y quiero seguir respondiendo a esa necesidad. Mi cuerpo es el vehículo de todos mis deseos. Por qué habría de llevarme mal con él o no prestarle atención? Lo escucho. YA si.

-seguir conduciendo mi coche: me desplaza libremente a todos lados, me permite ir y venir, me da libertad. Me liberé de su carcasa pero es un medio que preciso. YA puedo.

-tumbarme al sol: quiero vivir en un lugar luminoso y soleado. No quiero sentir que el tiempo nubla mis días. Necesito luz para generar sombras. Y quiero jugar con ambas. YA mismo.

-poder leer, escuchar, aprender más idiomas: me gustan las letras, el pensamiento, la narrativa, las diferentes culturas, los ideales plasmados en tinta, la ficción oída, el cine. YA todo.

-descubrir músicas, escribir: cómo de importante es generar espacios en los que poder hacer lo que nos gusta…! El espacio provoca la actividad, la alimenta, la modula. YA creo.

-ver crecer a mi familia: tenerlos cerca. Vivir lo que les ocurra. Poder servirles. Es la parte más inmediata de mí que está desperdigada más o menos en la misma zona geográfica. Quiero poder volver fácilmente a ell@s. YA estoy.

-llevar amistades a casa, cocinarles: aquí se suman dos objetivos ligados a los anteriores, y que precisan de espacio, luz, cocina, cuerpo, salud y por qué no, música ambiente. Ritmo… YA!

Todo eso y algunos más son mis sueños de futuro, ese es el color que les puse. Ese es el color que quiero. Una nueva tonalidad que he inventado yo mismo… No son mezclas complejas, ni se definen por su ostentación dorada o cegadora. No son especialmente deslumbrantes ni brillan en la oscuridad. No emiten flúor, ni chiribitas.

Porque son colores claros: los colores del alma. Y tal vez tú también seas parte de ese tono. Si es así, te doy las gracias por ello. Te invito a descubrir los tuyos. 

Y te invito a hacerlo YA.

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.

EXITOS@S YA

Cuando alguien pregunta o se expresa en torno a la felicidad, suele venir a mi mente una cita del Dr. Rojas Marcos que aquí redacto textualmente: la felicidad tiene mucho que ver con la gestión razonable del deseo. Siempre me pareció interesante esta aproximación a una idea colectiva, a un ideal asumible, pero con el que, prudentemente, en este caso se nos apela a que de manera individual, así como colectivamente, tengamos que ver, estemos implicados. Ser felices tendría -cuidado- mucha relación así, con el grado de razón con que podamos equilibrar expectativa y realidad, fantasía y sueño, disfrute y anhelo.

Siempre que he conocido a parejas muy bien avenidas, unidas desde años, de esas con las que tod@s nos hemos cruzado alguna vez en el camino y que destilan complicidad, atractivo… (una suerte de compañerismo seductor), dicha reflexión acerca de la aparente fluidez de su estado ha seguido, generalmente, la misma línea: “esto es un trabajo continuo…”, “hay que ir aprendiendo de por vida…”

Cuando en algún medio, tertulia o reflexión se habla del éxito, de cómo ser abundantes, o generar riqueza: del triunfo, en definitiva…, se instaura igualmente una idea más o menos colectiva de que el camino está relativamente asociado al esfuerzo, al trabajo, a ser dur@s y afrontar la adversidad porque todo está pasando por algo. Ese concepto manido de la causalidad que a much@s tanto gusta en un entorno new-age cada vez más imperante, pero que, desgraciadamente, a más de un@ podrá volver relativamente escéptico, cuando las circunstancias no solo no l@ acompañen, sino que además le generen una frustración continua. Elevar esta prueba a salvoconducto para la plenitud podría llevarnos a error, y al mismo tiempo, conducir a más de un@ a tirar la toalla del pretendido camino hacia la dicha: “si todo pasa por algo, qué me digan por qué me está pasando esto, porque yo la verdad es que no lo veo…” No hay entonces que ver tanto lo que ocurre, sino que plantearse qué hace un@ mism@ con lo que va sucediendo. Cómo lo hace. Desde dónde. Para y por qué… Son preguntas que cuesta responderse honestamente. Pero en ese primer ejercicio empieza todo.

En mi camino personal, que es el único desde el que debiera realmente expresarme, la realidad y el deseo (como dijera Cernuda) han ido vagamente unidos de la mano a lo largo del tiempo, entrelazando una complicada matriz. La misma, curiosamente, no estuvo siempre basada en la proyección propia, sino que también lo hizo en torno a patrones establecidos, conocimientos heredados, realidades asumidas…

Y supongo que esta historia cuasi ancestral de querer alcanzar una mejor versión de un@, de darle sentido a todo esto, de “llenar” realmente nuestro mundo y nuestra vida, nos persigue a cada un@ de nosotr@s, en el complejo juego de la existencia. Mucho más ante un entorno cada vez más artificial, que no deja de inventar reclamos para que la presencia real se minimice, para que todo sea deseo desmesurado, informe, consumible e inmediato.

En la búsqueda del equilibrio, que para mí está íntimamente relacionado con el anhelo de ser feliz, con la promesa de ser exitoso y, más allá aún: con el disfrute de ser libre, las respuestas no han llegado hasta que la experiencia de soltar no se ha vuelto mayor que la de retener. Hasta que no he vaciado las alforjas de lo “adquirido”, no he podido llenarlas de frutos nuevos y mucho más sugerentes. Hasta que no he dejado de estar esperando a ser salvado de alguna manera, no he podido conectarme profundamente con mi capacidad de generar abundancia, con mi cualidad creadora. Es un proceso difícil, largo y durante el que (que no te engañen) no todo serán halagos ni soportes. Muy al contrario, la travesía será costosa, pero asumible. Porque nace de un deseo profundo de estar conectad@ contigo. Y ese deseo es la fuente de toda plenitud. Ese deseo te hace evolucionar. Y una vez convertido en realidad puedes hacerlo razonable, adaptarlo a las circunstancias, hasta reírte de él por segundos. Realidad y deseo, serán así los cómplices de tu mejor aventura. Porque esa será tu dicha, ese será tu éxito: gestionar razonablemente la ecuación de tu existencia desde YA.

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.

APOYO

Busca soporte. Puedes delegar, acudir a otr@s. No siempre se trata de llegar tu sol@, puedes pedir ayuda. No es carente confiar, es abundante y necesario. Nadie nace sabiendo. No se te pide individualidad. No es más éxito el individual que el compartido. Déjate guiar. No tienes que hacerlo todo. Puedes equivocarte. Y volver. Y fallar. Y caer. Puedes permitírtelo. Se suave contigo. Y si te juzgan por ello, sonríe ante la autoexigencia que el mundo siempre estará dispuesto a reflejarte. Ablanda el objetivo, busca tu apoyo. Pide y se te dará ☀️

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.

TRANSICIÓN

A veces los lugares de espera son posiciones inesperadas. Y en ellas, es precisamente donde se ejerce nuestro verdadero poder de resistencia y de no apego a los objetos visibles porque, en muchos casos, éstos no están presentes. Más bien, brillan por su ausencia… La TRANSICIÓN laboral, la relativa a nuestro estado de salud tras un proceso de enfermedad, la que concierne a la ciudad que a veces dejamos para mudarnos a otra, la ruptura de pareja que vislumbra un universo nuevo y solitario a veces… Y más allá, aunque no tan lejos, la gran transición que será la muerte para tod@s. KAKASANA – > MUKTA HAKTA, es un espacio intermedio: te ofrece un lugar distinto desde el que poder perder/alcanzar el equilibrio. Si ejecutar directamente otras posturas invertidas se te hace complicado y te lleva a desistir, prueba este lugar común, porque será una transición en la que encontrar otro apoyo. Tal vez no quieras saltar al abismo de golpe. Pues sujeta PRIMERO y luego SUELTA. Haz estable la transición, fortalécete en ella. Encuentra tu ESPACIO de cambio. Dale la VUELTA 🚀

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.

LASTRE y ESENCIA

Todos llevamos encima una mochila. Experiencias, creencias, ancestros, el propio cuerpo físico con sus limitaciones adquiridas… IDENTIFICAR aquello de lo que nos podemos desprender es parte del juego. Fusionarnos en una simbiosis amorosa con lo que está pegado a nosotr@s, también. Lo que te identifica, lo que te hace genuin@ y original nunca puede ser un lastre que te pese. Suelta todo lo demás hasta llegar a la esencia donde no hay recubrimientos, pesos ni cargas… Y sonríe ante esa ligereza. Porque lo contrario sería desprenderte del misterio único de tu maravillosa existencia.

Joaquín Barrio Castrillón es Arquitecto, Profesor de Yoga y Tecnología en ESO y Bachillerato y fundador de YASPACE.